lunes, 5 de noviembre de 2012

UN LIBRO DE PELÍCULA


Mi hermano lo había adquirido junto con otros, como  saldo, valuados más que por unidad por kilo de papel. Así pasaron a incrementar la pequeña biblioteca familiar.  El paquete contenía autores conocidos como  Julio Verne y Vargas Vila, y otros que no recuerdo, salvo el que voy a presentar.

Su  título es Servidumbre y Grandeza de la Filosofía; no precisamente lo que un adolescente de un pequeño pueblo bonaerense pudiera sentirse inclinado a perder el tiempo en su lectura. Pero ahí estaba. El autor, Rodolfo Llorens y Jordana, profesor catalán de filosofía y literatura. Para mí y el resto del pueblo, un triste desconocido.  

Un poco más sobre el autor (que la edición presenta en su solapa); enrolado en las filas republicanas durante la Guerra Civil Española, al concluir la misma, se vio obligado a huir atravesando la Francia Nazi y escapar por Marruecos en busca de un nuevo destino.

Imagino la película “Casablanca” y todos aquellos personajes en el “Bar de Rick” (H. Bogart), intentando adquirir por cualquier medio las “cartas de tránsito” que  el  sínico  prefecto capitán Renault (C. Rains) —soborno mediante— autorizaba como pasaporte para escapar hacia la libertad.

Sería el profesor Llorens  una especie de Victor Lazslov (P. Henreid); contaría con una esposa como Ilsa (I. Bergman). Lo cierto es que escribió este libro que se editó en 1949 y a mi casa llego en 1966.

Su tapa no llama la atención; edición rústica sin ilustraciones, color ocre, título impreso en blanco a cinco renglones,  autor en negro con letras reducidas, editora y lugar de edición en la parte inferior igualmente en  negro y letras más pequeñas (Al presente se sugiere  buscarlo en librerías de saldo en el cajón de ofertas del día).

No recuerdo bien, pero debió estar en la biblioteca de casa, un mueble de tres puertas lustrado en cedro oscuro, vidrios con cortinas grises entabladas; que se sostenía sobre cuatro patas cuadradas  medianas,  a quince centímetros del piso. Por suerte no podía verse la disposición interior en cuatro estantes donde siempre entraba más, pero apilados; sí, cada vez que  abría una puerta algo se caía, y en algún momento se deslizó este libro. Es la única explicación de como llegó a mis manos.  

Ávido de aventuras, misterios y fantasías, la filosofía era la materia insoportable de lógica en cuarto año, o la tediosa psicología de la conducta de quinto. Cuatro décadas después, abro el mismo libro  y leo los siguientes renglones en su primera pagina subrayados:

“Escuchad. Los griegos creían que, en uno de los misteriosos montes de Beocia, vivía un monstruo que ellos llamaban Esfinge, cabeza de mujer, cuerpo de toro, garras de león, alas de águila. Si la acurrucada Esfinge egipcia de Giseh —sentada ante la gran pirámide de Keops— contempla sin pestañar las arenas movedizas del desierto y desafía, imperturbable, los años huidizos de los siglos, la Esfinge griega andaba suelta por la áspera montaña dedicándose a presentar —a los caminantes que se arriesgaban por allá— enigmas insólitos, arcanos insondables, acertijos inusitados, cuestiones imposibles de resolver, preguntas que nadie podía contestar satisfactoriamente.  Si lo seductor de las Sirenas estaba en la voluptuosidad de la voz, lo atractivo de la Esfinge residía en el sentido de la palabra.”
Esfinge Griega

Fuera de las exigencias escolares solo recuerdo autores como: Robert. L. Stevenson, Julio Verne, Emilio Salgari; no se si otros. Mis lecturas preferidas eran las historietas (Comic); pero con este ejemplar había descubierto la puerta al mundo de la gran aventura, la más inimaginable y maravillosa aventura, la del conocimiento y la sabiduría.

Quizás ninguno de los célebres filósofos hubiera logrado mi atención años después, si no fuera  por este olvidado profesor de filosofía y literatura exiliado en Venezuela en 1942, que así, logró iniciarme de una manera insospechada y seductora.  

 A. A. P.
2010-06-22

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