miércoles, 28 de noviembre de 2012

RECUERDO DE MI ESCUELA PRIMARIA I


ESCUELA Nº 1 DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO - MAIPÚ (Bs.As.)

1º Grado Inferior "A" (1955 )


A  mis cortos años me pareció inmensa. Mi mamá me acompañó  a entrar sin soltarme la mano. Adentro el bullicio me atemorizó un poco. Al vernos  se acercó una maestra, la señora de Arana saludó a mi mamá y acariciando mi cabeza le dijo: —Como le prometí el año pasado… finalmente voy a ser la maestra de su hijo.  

Era mi vecina, y el año anterior la veía casi todos los días cuando hacía la ronda en su vereda, para esperar a mi papá que regresaba del trabajo por la tarde. Siempre me decía que iba a ser su alumno de primer grado; en ese entonces no había preescolar, y resultó una de las experiencias más hermosas de mi vida.

El primer día me  encontré con un par de amigos  con los que  jugaba en la cuadra de la maestra. Uno era el  hijo de un policía caminero, Juan Carlos (“Pirulo”), ahijado de la portera, otro Carlitos, que vivía al lado del boliche de “Dino”, y el tercero no recuerdo el nombre, si el apodo: “El negro”. Pero yo ya no vivía en el barrio donde los conocí, me había mudado frente a la plaza;  solo tenía que cruzarla en diagonal para llegar a la escuela. Sin embargo,  encontrarme con ellos  ayudó a integrarme más fácilmente  al resto desconocido de la clase.   

La maestra de música todos la conocíamos por su sobrenombre, la señora “Marucha”,  que lo sería desde ese primer grado ininterrumpidamente  hasta quinto año que concluí la secundaria en  otra institución (El Colegio Golé).  Alta, elegante, de voz arenosa; nos  guiaba al compas de piano con una mano, y  con la otra el tono  de nuestras voces; en ocasión de parada para que la viéramos vocalizar. El piano  sonaba no solo desafinado, sino  potente  bajo  la ejecución de “Marucha”;  más que cantar gritábamos para sobrepasar  los acordes del Himno y la Marcha de San Lorenzo.

Mi  primer grado transcurrió durante un año político muy especial: 1955; pero a esa edad la vida es totalmente lúdica. Las primeras vocales y consonantes que aprendí a deletrear me enseñaron a escribir la primera frase: ¡Ma-má  me  mi-ma  y  E-vi-ta  me  a-ma!

La gran sorpresa fue ese día inolvidable a la salida; cuando a cada niño le regalaban un juguete que sacaban de una enorme bolsa. Se decía por aquellos días que “los únicos privilegiados eran los niños”. Nadie se quedó sin regalo. 
Yo estaba feliz con mi camioncito de madera. Era hermoso. Al siguiente año se notó el cambio. Solo había unas facturas, y al otro unos pocos caramelos.

Otro hecho particular que  rompió la rutina escolar, fue el día que nos sacaron de las aulas y nos formaron en el patio cubierto. Estaban todas las divisiones, cada una con  sus respectivas maestras formando fila  frente al escenario de actos. A un costado, la abanderada y escolta formaban flanqueados por la directora y sus auxiliares.

En el escenario del cual todos estábamos pendiente, solamente había una gran radio sobre sus tablas, cerca del borde exterior, y al centro. Una maestra la sintonizó en el momento oportuno, y comenzamos a escuchar la voz del presidente Perón.  Mentiría si dijera  que sabía lo que estaba  pasando.  

Como el resto, escuchaba en silencio, yo particularmente  sin entender ni jota. De pronto, la alumna abanderada se desplomó al suelo sin dar tiempo a evitarlo: — ¡Traigan una silla! — ¡Un vaso de agua por favor! — ¡Rápido…!  Por un momento el hechizo se rompió. 

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