ESCUELA Nº 1 DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO - MAIPÚ (Bs.As.)
1º Grado Inferior "A" (1955 )
A mis cortos años me pareció inmensa. Mi mamá
me acompañó a entrar sin soltarme la
mano. Adentro el bullicio me atemorizó un poco. Al vernos se acercó una maestra, la señora de Arana saludó
a mi mamá y acariciando mi cabeza le dijo: —Como le prometí el año pasado… finalmente
voy a ser la maestra de su hijo.
Era mi vecina, y el año
anterior la veía casi todos los días cuando hacía la ronda en su vereda, para
esperar a mi papá que regresaba del trabajo por la tarde. Siempre me decía que
iba a ser su alumno de primer grado; en ese entonces no había preescolar, y
resultó una de las experiencias más hermosas de mi vida.
El primer día me encontré con un par de amigos con los que jugaba en la cuadra de la maestra. Uno era el hijo de un policía caminero, Juan Carlos (“Pirulo”),
ahijado de la portera, otro Carlitos, que vivía al lado del boliche de “Dino”,
y el tercero no recuerdo el nombre, si el apodo: “El negro”. Pero yo ya no
vivía en el barrio donde los conocí, me había mudado frente a la plaza; solo tenía que cruzarla en diagonal para
llegar a la escuela. Sin embargo,
encontrarme con ellos ayudó a
integrarme más fácilmente al resto
desconocido de la clase.
La maestra de música
todos la conocíamos por su sobrenombre, la señora “Marucha”, que lo sería desde ese primer grado
ininterrumpidamente hasta quinto año que
concluí la secundaria en otra
institución (El Colegio Golé). Alta,
elegante, de voz arenosa; nos guiaba al
compas de piano con una mano, y con la
otra el tono de nuestras voces; en
ocasión de parada para que la viéramos vocalizar. El piano sonaba no solo desafinado, sino potente bajo la
ejecución de “Marucha”; más que cantar
gritábamos para sobrepasar los acordes
del Himno y la Marcha de San Lorenzo.
Mi primer grado transcurrió durante un año
político muy especial: 1955; pero a esa edad la vida es totalmente lúdica. Las
primeras vocales y consonantes que aprendí a deletrear me enseñaron a escribir
la primera frase: ¡Ma-má me mi-ma
y E-vi-ta me a-ma!
La gran sorpresa fue ese
día inolvidable a la salida; cuando a cada niño le regalaban un juguete que
sacaban de una enorme bolsa. Se decía por aquellos días que “los únicos
privilegiados eran los niños”. Nadie se quedó sin regalo.
Yo estaba feliz con
mi camioncito de madera. Era hermoso. Al siguiente año se notó el cambio. Solo
había unas facturas, y al otro unos pocos caramelos.
Otro hecho particular que rompió la rutina escolar, fue el día que nos sacaron de las aulas y nos formaron en el patio cubierto. Estaban todas las divisiones, cada una con sus respectivas maestras formando fila frente al escenario de actos. A un costado, la abanderada y escolta formaban flanqueados por la directora y sus auxiliares.
En el escenario del cual
todos estábamos pendiente, solamente había una gran radio sobre sus tablas,
cerca del borde exterior, y al centro. Una maestra la sintonizó en el momento
oportuno, y comenzamos a escuchar la voz del presidente Perón. Mentiría si dijera que sabía lo que estaba pasando.
Como el resto, escuchaba en silencio, yo particularmente sin entender ni jota. De pronto, la alumna
abanderada se desplomó al suelo sin dar tiempo a evitarlo: — ¡Traigan una
silla! — ¡Un vaso de agua por favor! — ¡Rápido…! Por un momento el hechizo se rompió.